* Por Luis Ulla, Director del Instituto Argentino de Responsabilidad Social y Sustentabilidad (IARSE)
Nos demos cuenta o no, estamos viviendo en unos de los mejores momentos de la historia de la humanidad. Estamos teniendo un período de paz, que nunca antes existió dentro de la historia humana.
Desde el punto de vista del conocimiento y del desarrollo tecnológico, ninguna generación antes que nosotros dispuso de más recursos para transformarlos en oportunidades y posibilidades; ningún antepasado humano estuvo situado frente a tanta capacidad para proponerse y alcanzar metas, resolver viejos problemas, desarrollarnos como personas y así evolucionar como sociedades.
Materialmente, se ha creado más riqueza en los últimos 25 años que en toda la historia del homo sapiens en la Tierra. Para algunos especialistas, la riqueza total del mundo está aumentando a un promedio cercano al 4% por año. Los conocimientos sobre la vida en general y sobre la salud humana en particular, nos están colocando en el umbral de proceso de cambio inimaginable. Desarrollamos tecnología para trasladar personas y cargas de un lugar a otro, cruzar ríos, y comunicarnos de manera casi presencial con cualquier persona en el lugar del planeta donde se encuentre. Es decir que logramos resolver muchos de los problemas “externos” a nosotros, que limitaban seriamente a nuestros antepasados. Ahora -y hace poquito en términos relativos- estamos comenzando, tal vez más que antes, a mirar más hacia dentro de nosotros, a conocer de qué manera funcionamos, desagregando el cómo y porqué suceden los procesos que generan la alegría, la tristeza, el aprendizaje, el olvido, la salud, la enfermedad, la juventud o el envejecimiento.
Sin embargo, no logramos que esa conciencia de posibilidad, se traduzca en optimismo. No nos sentimos alegres por saber que estamos en un proceso de aceleración del conocimiento que se va tornando exponencial. La posibilidad de saber algo que antes ignorábamos, no nos termina de despertar de un largo sueño de pesimismo.
Generacionalmente hablando, quienes descendemos de inmigrantes, hasta podemos sentir envidia del optimismo que permitió a nuestros abuelos y bis abuelos transformar en realidad sus sueños, y lograrlo además en una tierra lejana y completamente desconocida para ellos. Visto con cierta objetividad, lo que lograron, parece estar muy por arriba del promedio de posibilidades que cada uno de ellos -y la especie en general- disponía por aquellos tiempos. No conseguimos recuperar ese entusiasmo profundo para proyectarnos, contagiando a los jóvenes en un escenario de recursos que a nuestros padres les hubiera resultado difícil de imaginar. Imaginemos un diálogo situado en el año 1969, donde alguien que viene del 2019 le explica a nuestro padre lo que están haciendo con un simple teléfono inteligente. En solo 50 años, hemos logrado que muchas de las fantasías de la popular serie “Viaje a la estrellas”, se tornen en usos tan cotidianos, que nos resultan normales, como si siempre hubiesen estado ahí.
Tal vez lo que creemos, sea una de las pistas que nos permitan llegar a saber porqué no logramos superar ideas que hasta aquí nos han sido perjudiciales, ni superar patrones de pensamiento que son la base de sentimientos y acciones que nos mantienen apresados por sistemas que generan desaliento y se tornan estructuras inequitativas y excluyentes.
Si creemos que no podremos crear más y mejor desarrollo humano, si no creemos que podemos a su vez expandirlo y democratizarlo, tal vez nunca logremos hacerlo. Del mismo modo, si no creemos que podemos tomar decisiones en base a los principios y valores que consideramos los mejores para cada uno y para todos, no lograremos elevar el nivel ético de nuestras relaciones. Si no creemos que podemos cambiar lo que hacemos para evitar seguir dañando al planeta, tal vez no lograremos revertir el deterioro ambiental y la pérdida de especies. Si no creemos que el bienestar material adquiere más sostenibilidad cuando sus beneficios alcanzan al mayor número de personas y familias posibles, tal vez no logremos crear sociedades equitativas, inclusivas, estables, pacificas y seguras para todos.
Será cuestión entonces, de detenernos un momento y revisar en qué creemos realmente.