Por Prof. Lic. Luis Ulla – Director IARSE
Si consideramos que las organizaciones nacen en realidad mucho antes de recibir su “personería jurídica”, podemos afirmar que el IARSE está cercano a cumplir casi 25 años de existencia.
Desde que nos “animamos a pensarlo”, hasta que tomamos el coraje de dejar nuestros puestos en empresas donde nos desempañábamos, y nos subimos a este pequeño barco sin mucha experiencia de navegación, pasaron mucho más de dos años. Es por eso por lo que decimos que, aunque nos dieron la “documentación formal” en el 2001, el IARSE nació a finales del siglo pasado.
La inspiración que nos regaló el Instituto Ethos desde Brasil fue tan poderosa, que logró sobreponerse a los temores acerca de cómo llevar adelante semejante desafío en un escenario como la Argentina de comienzos del siglo XXI.
Para los que recuerdan esos tiempos, es dable imaginar la situación: un grupo de conocidos pensaba que estábamos locos al querer iniciar una labor que supone disponer de una cuestión esencial: “desarrollar la capacidad de pensamiento a largo plazo”.
Precisamente eso fue lo primero que aprendimos, no es posible implicarse de manera comprometida y seria en procesos de gestión organizacional orientada a la sustentabilidad, sin desarrollar un pensamiento de largo plazo. En un país que entraba en el 2001 en una de sus peores crisis económicas y sociales, parecía que lo único acertado era pensar en el corto plazo: cómo sobrevivir a la tragedia, esa que increíblemente generamos y profundizamos cada diez años.
Gracias a que importantes referentes de la temática a nivel mundial nos alentaban a no “esperar a que vengan tiempos mejores” y a no paralizarnos hasta que ocurra “la llegada de un mesías fundador de un movimiento masivo de responsabilidad social y sustentabilidad”, nos echamos a andar. (a pesar de nuestras limitaciones e ignorancias.)
El tono provocador de las dos preguntas que en su momento nos hizo Stephan Schmidheiny -justo cuando él estaba creando la Fundación AVINA– fue determinante: ¿Acaso ustedes no se creen capaces de comenzar a promover otra forma de hacer negocios en su país?, ¿Qué cosas van a esperar que sucedan para animarse a hacerlo?
No nos daba margen para especular intentando darle una respuesta. De hecho, la respuesta no era para él -que demostró con creces que disponía del valor necesario para tomar decisiones importantes- sino para nosotros mismos. Por cierto, de la mano de su interpelación, también estaba clara su disposición a acompañarnos. Eso sí, con una condición básica: pasen de la idea brillante a un proyecto realista. Todo el apoyo de la gente de AVINA se puso a nuestra disposición en ese proceso maravilloso, que es el paso del temor, al pronunciamiento del corajudo “es precisamente esto lo queremos hacer en los próximos años con nuestras propias vidas”.
Todo el universo parecía conspirar para concretar el sueño. Ya que en paralelo a las conversaciones con Stephan Schmidheiny y su valioso equipo, los amigos de la Fundación W.K. Kellogg se complementaban para facilitarnos todo lo necesario a fin de provocar inolvidables diálogos y conversaciones con líderes brasileros como Oded Grajew, Helio Mattar, Ricardo Young, Guilherme Leal, Pablo Itacarambí y otros empresarios que fueron el núcleo impulsor de la creación del Instituto Ethos en Brasil.
Aquí también las palabras eran igual de desafiantes. En un tranquilo desayuno que compartíamos en San Pablo con Oded Grajew -el primer Presidente del Consejo Directivo del Instituto Ethos- él nos disparó directo al corazón: “¿acaso van a quedarse esperando la llegada de un mesías que será el fundador de un movimiento masivo de responsabilidad social en su país?”… y cerró su intranquilizadora pregunta con una afirmación tajante “deben saber que eso nunca ocurrirá”.
Al igual que con Stephan Schmidheiny, sentíamos la misma sensación de parte de quienes dirigían los rumbos de la Fundación W.K. Kellogg en América Latina; era algo así como “sí, es cierto; los estamos empujando a que se tiren a la pileta, pero sepan que vamos a estar ahí hasta que aprendan a nadar”.
La fuerza generadora de AVINA y de la W. K. Kellogg Foundation, sumada a la magnánima actitud inspiradora del Instituto Ethos, fueron unas de las principales causas por la que nos atrevimos a soñar despiertos pensando “si realmente lo creemos, lo podremos hacer”.
Casi un cuarto de siglo después, la crisis económica y social de la Argentina se hace de nuevo presente. Y como no hay ninguna crisis igual a la anterior, sobre todo si una sociedad no se abocó a resolver sus causas más profundas, hubo cambios. Esta nueva versión de la crisis recursiva se acrecentó agregando una dosis mayor de un componente terriblemente corrosivo y letal: la descomposición ética y moral que ha cambiado profundamente la cultura y la convivencia de los argentinos. Esta se torna un ingrediente tan potente como paradojal. Siendo una de las principales causas de nuestra constante decadencia, aún no se la percibe como una de las primordiales preocupaciones de la sociedad y de sus dirigentes. Es obvio que síndrome de “miopía del corto plazo” no puede ser visualizado por los propios afectados.
Entonces volvemos a donde comenzamos para preguntarnos ¿Quiénes son y dónde están los que se atreven a ser desafiados con las preguntas de una realidad que demanda cambios urgentes y profundos? ¿Podremos desarrollar lo que el filósofo australiano Roman Krznaric ha dado llamado «el pensamiento catedral»?
A Krznaric, la idea de que «necesitamos reconectarnos con la tierra y con los largos ciclos del tiempo» lo cautivó. Y es así como en su libro “El buen antepasado” Krznaric denuncia que “vivimos en la era de la tiranía del ahora«, que tiene al «cortoplacismo frenético» como raíz de las crisis globales que estamos enfrentando. Es un pensador es optimista, cree que “contamos con los talentos humanos» necesarios para contrarrestar las fuerzas que impiden avanzar hacia un cambio verdadero que nos aleje de mayores riesgos. Nos desafía a volver a encontrar en nosotros mismos, la capacidad de razonar y decidir en base a un «pensamiento catedral». Necesitamos transformarnos en aquellas personas que inician obras o procesos que consideran que serán importantes de cara a las nuevas generaciones; y actuar sin que la certeza de que no estaremos allí para ver los resultados sea una limitante.
Quienes logran recuperar y contagiar esa capacidad de pensar, decidir y actuar con una lógica de largo plazo, es decir a siete generaciones vista, son los que se transforman en los “imprescindibles buenos antepasados”. Esos que defienden en el hoy, los derechos a vivir con dignidad de las generaciones del mañana que aún no nacieron. Esas personas son las que él autor denomina «rebeldes del tiempo». Ellos están en el ADN de una serie de movimientos inspiradores del cambio en todo el mundo. De personas como ellos, heredamos los beneficios que hoy gozamos en todas las dimensiones del progreso humano. Sin ellos, no estaríamos donde estamos en materia científica, cultural, tecnológica, productiva, etc.
Para dar ese salto, necesitamos escapar urgente de la perversidad de las redes que nos tienden dirigentes que solo luchan por sus propios intereses de corto plazo, aferrados a ideas fracasadas del pasado, y que miran al futuro preocupados solamente por cómo los registrará la historia. Ignoran que esa “maestra del largo plazo”, todo lo juzga y lo registra con ese criterio. Son personas que siguen creyendo que el futuro deviene del pasado. Adoptan y proponen una mirada binaria de la realidad, consideran que la verdad se encuentra toda juntita en uno de esos dos costados de la realidad a los que limitan su perspectiva. Y vaya casualidad, ellos están del lado correcto de esa simplificación de la realidad. Los que no piensan igual, son los que están equivocados -en el mejor de los casos- sino es que pasan directamente a ser declarados enemigos. Voltaire (1694-1778) observando la historia, definía a los fanáticos como gente que vive y actúa bajo el paradigma de “piensa como yo o muere”.
Por suerte, también están los eternos buscadores de la verdad; esas personas que saben que la misma se encuentra en pequeñas dosis muy bien distribuidas entre todos los seres pensantes del planeta. Por eso su vida se torna en una honesta e infinita búsqueda. Por eso dialogan, buscan acuerdos, construyen miradas que van dando forma al “pensamiento catedral del conjunto”. No se conforman con encontrar una única verdad para aferrarse a ella, y mucho menos piensan en imponérsela a los demás.
A algunos de ellos se los llama “estadistas”, y son aquellos que piensan y actúan como dijimos, con vistas a siete generaciones por delante. Son personas que obran totalmente desconectados de su propio e inmediato beneficio. Permítaseme una licencia en el uso de la palabra: algunos son literalmente llamados “estadistas visibles” porque ayudan a construir grandes estados, pueblos y naciones con una clara mirada de futuro. Son pocos y para colmo, allí donde más se acentúa su escasez, se nota demasiado.
Pero vale destacar que en este mismo momento y en todo el planeta, son muchos más los cientos de miles que viven, sueñan y obran como “estadistas invisibles”. Son los que precisamente están preocupados y comprometidos por “hacer lo mejor hoy, aquí y ahora”. Actúan pensando en el estado del mundo en los próximos 100 años. Saben que ese futuro lejano que hoy sueñan y tratan de construir, será el presente cercano que habrán de disfrutar -o padecer- las generaciones que nos sobrevendrán.
Estos “estadistas invisibles y silenciosos” saben que el presente deviene del futuro. En su búsqueda permanente de la verdad, van sabiendo cada día un poco más acerca de cuál es el futuro que es necesario construir; y son conscientes de que, para llegar a ese futuro, es menester elegir hoy el camino correcto y echarse a andarlo a pesar de todos los riesgos, incluidos el de fallar o el de no llegar a tiempo.
Por eso definimos a la Sustentabilidad como la meta, el escenario deseado, el norte hacia el cuál caminar; y a la Responsabilidad Social como el modelo de gestión, el camino y las decisiones a tomar para alcanzar esa meta.
Los finales de año suelen ser momentos de reflexión y de balances. Creemos que es el instante propicio para dejarnos interpelar por las grandes preguntas que las generaciones futuras se van a hacer sobre nuestra manera de actuar. Los protagonistas del hoy, seremos el pasado de los que aún no han nacido.
Tal vez en la búsqueda de las respuestas más atrevidas y proporcionales a los desafíos presentes, encontremos el coraje, la emoción y ese sentimiento tan poderoso que otorga el “creer que es posible, aún si no llegamos a verlo concretado”. Recuperar esa forma de pensar es lo que puede transformamos en “los imprescindibles rebeldes del tiempo» que necesitan las generaciones por venir.
¡Buen fin de año y mejor comienzo del que viene!