*Por Luis Ulla, Director de I + D de IARSE
Sin dudas el año 2019 pasará a la historia como un ciclo calendario bien diferente a los que podríamos llamar “años normales”, si es que los hay en Argentina. Esta particularidad se caracterizó por un “cierre de año y un fin de capitulo” que se adelantó al 11 de agosto y, que dejó muchos temas en espera hasta el inicio de un “nuevo ciclo” que, recién se puso efectivamente en marcha, el pasado 10 de diciembre. Un profundo trastocamiento que no ha sido solo de fechas, sino fundamentalmente de expectativas, reglas de juego, equilibrios y perspectivas de futuro.
Todo eso trajo consigo un brusco cambio de planes y de estilos para muchas personas, organizaciones, empresas e instituciones. Un nuevo desequilibrio, que demandará otro enorme esfuerzo histórico en la búsqueda de equilibro; algo que el país parece no encontrar en sus más de 200 años de vida.
Queda en evidencia que no se ha logrado trazar ni la más elemental idea de qué queremos ser y mucho menos de cómo lo lograremos. No se percibe la base un acuerdo colectivo, profundamente compartido como un autentico y orientador proyecto de país. Una falta que se torna en histórica deuda, y que podrá achacarse inicialmente a la incapacidad de las clases dirigentes para dialogar y construir consensos, de dónde podrían haber surgido ideas compartidas que a su vez permitieran concebir las que podrían ser las vigas centrales de una estructura de Nación.
Fue por eso, que ante un complejo dilema de identidad, la dirigencia no fue capaz de crear propuestas alternativas, superadoras de lo que no funcionó. Esta podría ser la culpa que inicialmente la sociedad y la historia le facturarán a las clases dirigentes. Un culpa y un cargo que luego habrá de distribuirse con el resto de la ciudadanía, ya que finalmente esta aceptó que la decisión sobre el futuro solo se podía hacer en base a un menú binario. La dirigencia construyó una grieta, y al momento de decidir qué hacer con eso, la ciudadanía aceptó que lo mejor es seguir viviendo de esa manera. El tiempo dará su sempiterno veredicto atrasado, y finalmente sabremos si acertamos o nos volvimos a equivocar.
En el medio de este proceso tumultuoso, el mercado registró cambios dolorosos para muchas personas y organizaciones; y parte de esos procesos terminaron afectando la manera en como sociedad decidimos qué hacer con el concepto y la práctica de la Responsabilidad Social y el compromiso con la Sustentabilidad. Las decisiones de sobrevivencia tomadas en este último año y medio habrán demostrado, en pocos meses, si fueron eficaces para mantener vivas a las empresas, protegiendo una parte importante del empleo y de las inversiones productivas. También nos permitirán saber si hemos decidido una postergación prudente del conocimiento, la enseñanza y la difusión de la Responsabilidad Social y la Sustentabilidad; o si definitivamente en esta época de la historia se decidió dejar de ocuparnos de estas cosas que, para muchos parecen tan abstractas y siempre prometedoras para el mediano y largo plazo.
En las crisis que nos han antecedido, dijimos que a nadie se le ocurriría cerrar un hospital en medio de una devastación. Creemos que tampoco se cierra una escuela cuando la tasa de analfabetismo es más alta; del mismo modo que no se inmovilizan las autobombas cuando un voraz incendio amenaza la vida de las personas y el resguardo de los bienes. Ante el riesgo de una mayor oscuridad, las sociedades sanas preservan y mantienen encendidas todas sus lámparas; saben que por muy modestas que estas sean, son imprescindibles para reconocernos como personas y para encontrar juntos los caminos de salida.
Se puede disponer de más o menos recursos cuando se toman decisiones importantes, lo que no puede faltar es un claro sentido de los valores a preservar y de las prioridades a atender. Ojalá no tengamos que arrepentirnos de haber abandonado un camino evolutivo que iniciamos hace más de 20 años como país cuando comenzamos, entre muchos pioneros, a preocuparnos y a ocuparnos de promover una sociedad y un mundo responsable y sustentable, desde el quehacer cotidiano de las empresas y de las organizaciones.
Conciencia, iluminación y grandeza son nuestros deseos para el 2020.