*Por Luis Ulla, Director de IARSE
Este año 2021 tiene un caudal abundante de aristas para analizar. Claramente no es un año del que diríamos fue plano, liso, homogéneo y mucho menos aburrido e intrascendente. 2021 no ha sido de esos años en que “no pasó nada”. Algunas personas con la que converso a menudo, creen que sucederán algunos lustros para que podamos ver con más claridad la trama profunda de los fenómenos y las consecuencias de todo lo que hemos vivido en estos últimos 730… perdón! 365 días.
El recambio de almanaques suele traer con el nuevo período que se inicia, una idea casi tan inocente como necesaria de disponer de un “cuaderno en blanco” o de cambiarnos de lugar para ir hacia un espacio en donde podremos finalmente hacer las cosas mucho mejor; es algo así como ese cosquilleo que nos provoca el hecho de darnos a nosotros mismos la oportunidad de encarar una renovación. Cual crisálidas a punto de abandonar el capullo que nos “retuvo”, percibimos los finales de año como un tiempo de promesas, de deseos y de esperanza de que vamos a poder alcanzar esa metamorfosis profunda que por la adopción de nuevas virtudes nos dejará convertimos finalmente en mariposas. En el año que comienza –pensamos muy adentro de nosotros– seremos seres nuevos, más leves, más coherentes, más esclarecidos acerca de lo que verdaderamente es importante y trascendente. Otrora eso nos predisponía hacia un “por-venir”, que poco se dejaba contagiar con el pasado. Sentíamos que íbamos a dejar de hacer cosas que ya no eran buenas, para ejercer unas deseadas conductas virtuosas que se nos negaron en ese pasado reciente, y del que –cual caparazón opresora– buscamos liberarnos pronto. De ahí también, los buenos deseos que nos propiciamos mutuamente, ya que otra oportunidad de renovación no se le niega a nadie; menos cuando estamos atravesando el último tramo del mágico pasillo que nos saca de algo agotado y nos lleva al punto cero de un nuevo calendario.
Pero por razones que cada uno sabrá, para muchos esto no está pasando. Pareciera que la magia no se enciende. El “alivio de un fin” y la “esperanza de un nuevo comienzo” no parecen estar siendo las mismas sensaciones placenteras que vivíamos hasta aquí en cada final de diciembre.
El cansancio, el hastío y la repetición hasta el hartazgo de lo ya visto durante tantos años, parecen darle la razón a esa forma de sintetizar la historia como un “corsi e ricorsi”. Expresión italiana tomada de la teoría del acontecer histórico del filósofo Giambattista Vico (1668-1744), para quién la historia no avanzaba de forma lineal empujada por el progreso, sino en forma de ciclos que se repiten, es decir, que implican siempre avances y retrocesos. Como un péndulo que pica y repica de un extremo al otro. Estando en uno de esos extremos, solo esperamos -en un tiempo “X” – estar en el otro. La cordura, la sobriedad y el sabio punto medio parecen estar desaparecidos en nuestros mapas mentales de posibilidades.
Ciertas cosas vividas en 2021 son percibidas más bien como una prolongación de un largo 2020, y están marcadas con un halo de sombra y oscuridad que –como todo lo opaco– desdibujarán hasta casi hacer desaparecer los límites percibidos con el año anterior. Eso va dando la sensación –que muchas personas comparten cuando expresan su actual cansancio– de sentir que se está viviendo en un solo, único e interminable período que ya lleva mucho más que 730 días de duración. La prolongación de la pandemia por del surgimiento de nuevas cepas del virus Covid-19, se termina combinando con la percepción desesperanzada de que las desastrosas consecuencias éticas, culturales, sociales, económicas y ambientales de cuarentenas mal gestionadas no tienen visos de mejora, solution o finitud.
La llegada de la pandemia fue como disponer de un eficaz fondo de contraste para poner en evidencia a figuras que encarnaron una pasmosa incapacidad en el ejercicio de sus liderazgos, lo que al combinarse con mentiras y cinismo, adquirió una brutal capacidad para erosionar hasta lo peligroso esa imprescindible credibilidad que es necesaria disponer y compartir de cara a una tragedia. Moralmente entendemos que abusar de las personas cuando ellas están en un estado de necesidad y vulnerabilidad, es una conducta doblemente aberrante, reprochable, y rechazable por indignante ya que quita la dignidad a las víctimas y los victimarios. Eso pesa. Pero percibir que haya quienes aprovechan esas condiciones de vulnerabilidad generalizadas para ir aún más allá en la búsqueda de su propio beneficio, es algo tan grave y humanamente inconcebible, que nos deja sin palabras para nombrarlo. A ese superado límite de indignación es muy difícil ponerle nombre, a pesar de que sabemos muy bien que en alguna parte de nosotros lo sentimos, nos duele, nos afecta y nos hiere.
Como todo drama o tragedia, lo que nos pasa y atraviesa tampoco deja de tener una alta dosis de ironía. Al terminar de ver la película “Titanic” no se puede más que pensar en la insensatez de aquellos que buscaban robar joyas en medio del hundimiento para llevárselas consigo… al fondo del mar.
Vemos así que no es la primera vez que nuestro camino evolutivo como “sapiens-sapiens” nos encontramos con el “sapiens-demens”. A Hannah Arendt (1906-1975) le debe haber ocurrido algo así cuando concluyó afirmando como testimonio de su época que «Vivimos en tiempos oscuros, donde las personas han perdido el miedo, y las mejores han perdido la esperanza«.
«No dejen de remar» ese pareciera ser el eco que quienes conformamos el IARSE hemos sentido desde el primer día, desde hace ya 20 años cuando nos lanzamos a cumplir nuestra misión en pleno 2001. En medio de la turbulencia, los sacudones, la oscuridad y la incertidumbre de la tormenta , hemos sentido siempre esa voz interior que se repite: “aunque no veas la orilla, aunque sientas que el temporal no está amainando, nunca dejes de remar”.
Eso nos ayudaría a sostener programas anuales de trabajo y de servicio ininterrumpidos, haciendo de la creatividad y la innovación unos de los principales vectores que orientan la visualización de salidas para estructurar propuestas que generaron respuestas que hoy y siempre agradeceremos.
Propusimos e hicimos muchas cosas durante esta tormenta de más de 730 días, la gran mayoría de ellas fueron premiadas con el apoyo y la presencia de aquellos a quienes pretendemos servir con nuestra misión.
Una de las perlas halladas en ese fragor del 2021, fue la presencia de Jaqueline Pels, dirección del Espacio de Negocios Inclusivos de la Escuela de Negocios de la Universidad Torcuato Di Tella (Argentina) en nuestra 11ª ConfIARSE. Ella nos habló de lo que significa vivir en un Cambio de Era. Nos puso ejemplos muy claros de eso. Y nos advirtió: «Cuanto más incierto sea el futuro, más cerca estará el Cambio de Era»
Nos ayudó a preguntarnos ¿Qué representa el siglo XXI para la humanidad? ¿Estamos ante un Cambio de Era o ante una Era de Cambio? Este aparente juego de palabras encierra una diferencia fundamental que tiene que ver con la naturaleza del cambio: ¿es un cambio que implica la aceleración de ciertas transformaciones que operan bajo una misma lógica o es un cambio estructural, sistémico? Jaquelin considera que estamos, en efecto, ante un cambio de era. Y, si bien es un debate aún abierto, hay algunas pistas que permiten vislumbrar los tipos de cambios que están ocurriendo. Uno de los cuales es típico de los cambios de era: sabemos dónde venimos, pero no hacia dónde vamos.
Por eso nuestro mas sentido anhelo para el 2022, es que ojalá sea el año en el que –sin incumplir el mantra “no dejes nunca de remar” – podamos ir vislumbrando hacia dónde queremos ir. Sabemos que cualquiera sea el rumbo que elijamos, si buscamos un destino de justicia, paz, armonía, equidad, inclusión y celebración de la vida, la búsqueda de la sostenibilidad obrando con responsabilidad social no podrá estar ausente.