*Por Luis Ulla, Director de IARSE.
Si bien es difícil poder precisar en qué lugar nos encontramos dentro de “el túnel de la pandemia”, creemos importante reflexionar acerca de que nos ha enseñado esta oscuridad, para pensar con un poco más de claridad, qué cosas haremos y de qué modo, cuando volvamos a la “naturalidad de la luz y la libertad”.
La pandemia está dejando -y dejará- una cantidad de saldos negativos que tal vez resulten difíciles de ser medidos con precisión; esos resultados desfavorables sin dudas están compuestos por la sinergia que se han de conjugar entre las distintas consecuencias. Sin pretender agotarlas ni mucho menos, las podríamos enumerar en:
Dada la limitación de este espacio, propongo avanzar en un primer análisis del extenso capítulo de las consecuencias económicas.
Importa entonces hacernos la primera pregunta: ¿volveremos -con el modelo business as usual- acelerando para “recuperar el tiempo perdido”? Resulta evidente que si la respuesta que nos demos como sociedad es sí, la recomendación sería que terminemos esta lectura justo en este punto.
En cambio, si creemos que las consecuencias económicas de la pandemia pueden de alguna manera disminuirse en sus impactos negativos o incluso llegar a revertirse, la sugerencia es volver a repasar los acuerdos básicos de lo que creemos que deben ser los fundamentos de una economía sana asentada en el sentido común y en sentido de lo común.
Necesitamos recuperar aquellas ideas centrales que constituyeron en su momento los pilares de creación de las relaciones económicas. Puede que algunas de ellos no nos resulten novedosas, porque han formado parte del pensamiento económico primordial de muchos economistas en los albores del siglo 19.
Me refiero al principio de reciprocidad. Ese que, en la vorágine de los excesos de estos últimos 40 años, quedó sepultado en la en la polvareda de una carrera desbocada hacia el crecimiento per sé, sin medir ningún tipo de consecuencias. Es la reciprocidad aquello que nos permite -en el marco de un proceso de recuperación de sentido común y de los bienes comunes- comprender que no existe la economía como proceso integrador si no hay lugar para el otro. La reciprocidad en el plano individual se puede definir brevemente como la correspondencia mutua de una persona con otra. Podemos decir que existe una absoluta reciprocidad, cuando las personas descubren que deben incluso protegerse mutuamente, y así lo hacen cada vez que toman decisiones.
Una economía basada en la reciprocidad, permite que el éxito personal sea compatible con el bienestar colectivo. Como afirma la economista Cristina Calvo, en su prólogo al libro “Por una economía del bien común” del profesor Stefano Zamagni (Ed. Ciudad Nueva 2013) “Recuperar la idea de bien común supone recuperar la relacionalidad en economía, dando protagonismo a principios como la reciprocidad, abandonado en la fase capitalista de la economía de mercado… para pensar e idear en lo concreto un futuro distinto, más inclusivo y digno del ser humano” *
La destacada especialista describía de esta manera el escenario que teníamos hace una década atrás: «Cada vez más, un creciente número de personas somos conscientes de que no nos encontramos viviendo una crisis financiera o económica aislada, sino que las burbujas especulativas, el desempleo, la precariedad laboral, el cambio climático, las crisis energéticas, las desigualdades, el hambre, el consumismo (…) indican un sistema en decadencia” *
Podemos hacer un ejercicio imaginativo, multiplicando por el “factor pandemia”, a toda la situación de desajuste existente previa a su aparición. El desafío y la prueba a la que estaremos sometidos por una buena cantidad de años, es y será enorme. Requerirá no sólo de ingentes esfuerzos de todas las partes intervinientes en un sistema económico, estado, sector privado y sociedad civil; sino que además demandará acordar un norte claro y compartido.
(*) “Por una economía del bien común” del profesor Stefano Zamagni (Ed. Ciudad Nueva 2013)